
Había una vez un
delfín llamado Maui. Maui era un delfín mular o delfín de nariz de botella, la
misma especie que se encuentra en el zoo, solo que en la naturaleza y mucho más
feliz. Maui vivía en la costa de Nueva Zelanda, con un grupo de delfines que formaban
su familia. No eran el único grupo que se encontraba allí, Maui tenía muchos otros delfines con los que relacionarse.
Además de los delfines, a Maui le gustaban los humanos. Se acercaban a él con
esas cosas flotantes que ellos llamaban barcos y le hacían fotos y lo
saludaban. Maui correspondía dando saltos fuera del agua y chasqueando y
chillando de alegría. Incluso a veces había gente que se bañaba con él, y Maui
dejaba que se agarrasen a su aleta dorsal para surcar las olas. Todo era
genial, los barcos mantenían las distancias con su grupo para no agobiarlos, y apagaban el sonar
y los motores para evitar la contaminación acústica. Humanos y animales vivían
enarmonía. De todos
los humanos que Maui conocía,
con el que se llevaba
mejor era su gran amigo Steve. Steve era un hombre bastante mayor, con el
pelo canoso, que tenía un pequeño barco de vela en el que apenas cabían un par
de turistas además de Steve. Cuando se reconocían mutuamente, ambos se
alegraban mucho. Steve se tiraba al agua, y jugaba con Maui, cogiéndolo de la
aleta y dejando que este lo arrastrase.
Pero ocurrió
que con el tiempo las cosas empezaron a empeorar. Maui cada vez veía más barcos,
demasiados. Al principio no le importaba
y se acercaba con la misma ilusión,
pero las bocinas
de los barcos y los ruidos de los altavoces le empezaron a molestar.
¿Por qué los humanos hacían tanto ruido? También
pasó que en lugar de dejar que fueran los delfines los que se acercaran al barco, eran estos los que los
perseguían y acosaban, lo que estresaba al grupo. A la vez, los sónares de los
barcos confundían a Maui cuando intentaba comunicarse con sus amigos o
familiares mediante la eco localización o para buscar comida. Algunos delfines
del grupo se habían perdido debido
a seguir señales
equivocadas, y no habían vuelto.
En consecuencia, cada vez había menos delfines en la zona,
y Maui se sentía solo.
Un día Maui estaba
jugando con su familia en una cala, cuando escuchó un ruido. Se trataba de un
barco velero que se acercaba hacía el grupo, y Maui reconoció que se trataba
del barco de Steve. Maui chilló,
contento, y se acercó hacia él. Una vez estuvo cerca saltó fuera del agua para saludar-lo. Se extrañó al ver que
esta vez Steve venía solo, sin ningún turista a bordo. ¡Maui! - dijo Steve-
Cuanto tiempo sin vernos. Pero no hay tiempo para jugar, tienes que escucharme.
Tú y tu grupo tenéis que iros. A otro lugar donde podáis vivir más felices,
lejos de aquí. Cada temporada vienen más turistas, atraídos por la fama que
está cobrando Nueva Zelanda como destino turístico, por culpa de esas malditas
guías de viajes. Y esto repercute en la misma naturaleza y paisajes que esas
mismas empresas de viajes promocionan y venden como de los más bonitos
del mundo. Dentro de poco tiempo ya se habrá echado a perder todo lo que vale la pena visitar, y los animales se habrán
marchado- dijo Steve con cara triste.
Maui lo seguía mirando desde el
agua, como si supiera que le estaba diciendo algo importante.
-He estado hablando
con el gremio de navegantes que realizamos ocasionalmente salidas de whale watching y nado con delfines-
continuó Steve. Están llegando grandes multinacionales a la isla que nos están
desplazando, cada vez tenemos menos clientes. La gente prefiere ir en barcos más grandes donde disponen de cafetería, asientos
acolchados y otras
comodidades, en vez de en barcos
como el mío-dijo dando una palmadita a su viejo buque. -El problema es que a estas empresas no les importan los
métodos que usan para conseguir observar cetáceos, no se preocupan por
vosotros. Es por eso que tenéis que marchar, buscar un lugar donde podáis vivir
tranquilos, lejos de los humanos. ¿Entiendes lo que te digo?
Maui chilló, como
diciendo que lo entendía. Steve compuso una sonrisa triste y alargó la mano
para acariciar el lomo del animal. Maui se acercó al barco para permitir que
Steve lo tocara -Te voy a echar de menos pequeñín-dijo mientras le acariciaba
la piel de color gris.
Al poco rato Steve
se irguió, y tras despedirse del delfín se puso al mando de su embarcación y se
alejó de la cala. Maui se quedó mirando como la silueta del barco se iba
desdibujando en la distancia.
Al cabo de unos
días Maui se encontraba jugando con su familia, cercano a la costa. Se había
levantado un fuerte viento, que creaba altas olas y Maui y sus hermanos se
divertían surfeándolas. Caía también una suave llovizna sobre el agua y el
cielo estaba encapotado de nubes de color gris. De pronto, Maui divisó a lo lejos
un barco que se dirigía directamente hacía el grupo de delfines. Cuando se acercó vio que iba lleno
de turistas, que a pesar del mal tiempo se habían animado
a salir al mar. Todos ellos llevaban
aun así un chubasquero de color amarillo con la capucha puesta para no
mojarse, seguramente ofrecidos por la misma compañía al ser todos iguales.
Algunos también llevaban una cámara o unos prismáticos colgando del cuello, y
que ahora todos alzaban excitados al advertir el grupo de Maui.
-Señoras y señores,
si miran a proa hacia el lado de babor podrán ver un grupo de delfines mulares,
o Tursiops truncatus. Se trata de una
especie de delfín que se caracteriza por encontrarse más cerca de la costa
que otras especies
y por su tamaño y robustez- decía
una voz estridente de mujer
proveniente de los altavoces del barco. Cuando se acercaron más Maui vio que en
el costado izquierdo del barco se podía leer el nombre de la compañía, Whale Tourism
S.A. El fogonazo de los flashes
comenzó a salir del barco,
mientras este iba directo hacia el grupo
de delfines
sin aminorar la marcha. Maui y su grupo se dispersaron hacia todas direcciones para evitar ser atropellados, y el barco viró para mantenerse
cerca de los animales. Cada vez que Maui salía del agua a respirar notaba como
todos los turistas enfocaban sus cámaras hacía el. Comenzó a sentirse muy estresado. Desde
el barco se podían oír las risas y gritos
de emoción de los humanos cada vez que se veía el
lomo de un delfín. Nadie se daba cuenta por el comportamiento de estos, que los
animales no lo estaban pasando bien. Había padres que incluso habían subido a
sus hijos a la barandilla para que pudieran ver a los delfines con mayor
facilidad. La persecución continuó durante
unos minutos, hasta
que de repente, una ola de gran tamaño impactó en el costado del
barco. Al ser una embarcación de calado considerable tan solo se zarandeó un
poco, pero fue lo suficiente como para que uno de los niños que estaba sentada
en la barandilla perdiera el agarre. Su madre, que no estaba atenta, vio
aterrada como su hijo se le escurría de entre los brazos y caía al mar. – Hugo!
– gritó la mujer histérica – ¡Por Dios, que alguien lo ayude! ¡Se va a ahogar!
De repente en la
cubierta del barco todo se volvió agitación. La gente comenzó a gritar, incluso
algunos empezaron a sacarse la ropa para saltar al agua y ser héroes. Del
camarote salieron un par de oficiales
vestidos con el uniforme de navegante, con un salvavidas en la mano intentando
llegar hasta el borde de la cubierta por donde había caído el niño, pero la gente alborotada entorpecía su paso. Mientras
tanto el niño en
el agua boqueaba intentando mantenerse a flote, pero las
olas iban en aumento y amenazaban con tragárselo.
Maui observaba toda
la escena alejado del barco. Parecía que todo el mundo había olvidado a los
delfines. Maui vio al niño en el agua y no se lo pensó dos veces, se dio la
vuelta y se dirigió directamente hacia él. A medida que se acercaba intentó no
perder de vista la mancha de color amarillo en el mar que marcaba la ubicación
del niño, al que llegó en poco tiempo
gracias a su potente aleta caudal. Cuando estuvo a su lado, Maui se situó como
había hecho multitud de veces a su lado. El niño se quedó mirando al delfín.
Parecía que con su mirada le quería decir “Estate tranquilo, todo va a salir bien”. A pesar del pánico, el niño vio la determinación del delfín y se
agarró a su aleta. Con suavidad, Maui se situó debajo del niño, montándole a su
lomo para que se mantuviera con la cabeza fuera del agua y permitirle respirar.
Poco a poco empezó a moverse en dirección a la
costa.
Los humanos del
barco miraban la escena embobados. ¡Un delfín estaba salvando al niño! Parecía que estas cosas solo sucedían
en las historias de navegantes que naufragaban, y que en la realidad no ocurría. Alguien empezó
a vitorear a Maui, y la gente volvió a alzar sus cámaras de fotos. Maui los
ignoró, y siguió llevando al niño hacía la costa, vigilando que no se resbalara.
Al cabo de un rato, este perdió el miedo y comenzó a disfrutar del paseo a lomos del delfín. Una sonrisa comenzó a iluminar su rostro.
Unos minutos después Maui entro al puerto, seguido por el barco con todos los turistas. Se acercó al espigón, donde
dejó que el niño bajara y se agarrase
a una roca. Un grupo de seguridad del puerto se acercó al niño para ayudarlo a subir, mientras otra persona
aguardaba a su lado con mantas para hacerlo entrar
en calor. Parecía
que desde el mismo barco habían avisado por
megafonía, explicando lo sucedido y advirtiendo que estuviesen preparados para
su llegada, de ahí la rápida respuesta.
Finalmente, una vez
cumplido su cometido y viendo que el niño estaba a salvo, Maui comenzó a
alejarse dirección al mar. De nuevo, la gente parecía haberse olvidado de él, y
prestaban toda su atención al niño. Los turistas del barco comenzaron a desembarcar, y la madre del niño corrió
hacia él, gritando su nombre preocupada. Este sin embargo estaba riendo. Se dio
la vuelta y vio a Maui, levanto la mano y le dijo adiós. El delfín en
respuesta, se levantó sobre la aleta caudal, profirió un alegre chillido y
volvió a zambullirse en el agua antes de dirigirse de nuevo hacía su grupo.
El incidente levantó mucha conmoción, y pronto todos los medios
de comunicación hicieron
eco de la noticia
bajo titulares sensacionalistas como “Delfín salva a un niño de morir ahogado”
o “El verdadero amigo del
hombre, el delfín”. La historia se llegó a hacer conocida a nivel mundial, y
por las redes sociales fueron tendencia palabras como delfín y rescatar durante
días. También tuvo repercusión a nivel local y en cómo la gente veía el whale watching. Un grupo de ciudadanos liderados
por Steve, encabezaron un movimiento de protesta en contra de como las grandes empresas realizaban esta
actividad, y el impacto que esto tenía en el medio marino. Algunos científicos y biólogos marinos
también se posicionaron en contra de estas, dando
datos de cómo esta actividad afectaba a la fauna. Con el tiempo el
movimiento fue ganando importancia, y comenzaron a promulgarse leyes para
obligar a las embarcaciones a actuar de forma conveniente y lo menos agresiva
posible con los animales, manteniendo las distancias y restringiendo el uso de
sónares. En pocos años, Nueva Zelanda se transformó de nuevo en un lugar donde
los humanos disfrutaban de la naturaleza con respeto y amor.
O esto es lo que
debería pasar en un mundo ideal. Lo más seguro es que el incidente del delfín
rescatador levantara una avalancha de turistas, y que las empresas aprovecharan
esta historia para sacar tajada y obtener todavía más beneficios. De todas
formas, Maui y su grupo ya están demasiado lejos, siguiendo el consejo de Steve,
como para ver-se afectados.
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